Hace pocos meses comencé a jugar este increíble título concebido por la mente creativa de Hidetaka Miyazaki, y debo decir o mejor dicho reafirmar los comentarios de familiares y amigos sobre la enorme dificultad de este juego.
En el tiempo que llevo jugándolo e iniciado, sin exagerar, unas cinco veces la partida. He creado distintos avatares, desde caballero hasta hechicero, y en las primeras cuatro partidas no pude avanzar gran cosa y tuve descargas de bilis de proporciones astronómicas. Pensé, sin atisbos de duda que era exageración que el juego fuera tan complicado, pero dicen por ahí que uno no sabe bien como son las cosas hasta que las experimenta y esto no fue la excepción a la regla. En cada oportunidad debo haber jugado al menos unas cuatro horas cada partida y me han de haber matado docenas de veces, en ocasiones tuve buen avance y en otras uno mediocre; recuerdo incluso que contacte a un amigo por Instagram para expresarle mi frustración respecto a lo que ha sido mi experiencia con el título del que por cierto, hasta tuve que ver tutoriales en YouTube, pero aprendí bastante.
El resultado de esta estrategia funciono y me ha dado resultados, todavía no los que deseo pero Roma no se hizo en un día. Lo que quiero comentarles en este espacio es más que nada la furia descarnada que he sentido jugando este majestuoso pero muy sufrible ejemplar que junto a Bloodborne, ha consagrado a Miyazaki como un genio de los videojuegos de terror.
Uno de los días más frustrantes, fue un viernes después del trabajo en el que, sino aventé el control a la pantalla, fue porque mi hija estaba viéndome jugar. La rabia, el cólera, el estrés que viví en ese momento fueron tan épicos que escupí las peores maldiciones que se puedan imaginar en sus bellas cabecitas. Ese día bien pude haberle declarado la guerra a Estados Unidos yo solo, que va, pude haberle declarado la guerra a Lucifer y todos sus demonios del infierno.
Cuando llegué al punto en el que no pude más, opté por la solución más inteligente, jugar otro juego y enviarle una carta de queja a Miyazaki explicando lo imposible que hizo el juego y lo complicado que es subir de nivel a tu personaje para derrotar a los jefes sin morir cincuenta veces.
Y todavía voy esa noche y tengo sueños en los que estoy dentro del juego...y me matan. ¡MALDICIÓN DE LAS MALDICIONES MALDITAS!
En fin, lo bueno que puedo citar al respecto es que este juego está poniéndome a prueba cada vez que lo intento y me enorgullece decir que no me he dado por vencido y muy a pesar de que hay días en los que no avanzo nada, no me dejo derrotar y sigo intentando hasta que finalmente lo acabe y cuando ese momento llegué celebraré a lo grande con una manta que diga ¡ACABE EL MALDITO JUEGO! corriendo por las calles de Reforma y tomándome selfies en el Ángel de la Independencia.
Por lo pronto seguiré jugando y con cada avance daré señales en mis redes para que se mantengan al tanto de está terrible y sufrida historia que les aseguro tendrá un final, por que si lo tendrá ¿No?
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