Hay una historia que
mis compañeros en la oficina cuentan, una historia sobre el fantasma de una
niña que se oye y se aparece después del horario laboral. Este fenómeno, según
cuentan, ocurre solo si te quedas después de las 5:30 de la tarde. No importa
que día de la semana, quienes hablan sobre este hecho, son quienes han
permanecido horas extra en la oficina y han experimentado la presencia de la
pequeña cuyo pasado es desconocido o al menos incierto.
Versiones hay muchas, y
todas son espeluznantes. La primera, reza que durante el terremoto de 1985,
algunos niños acompañaban a sus padres en un día de trabajo, el desastre
ocurrió y muchos padres incluyendo a sus hijos quedaron atrapados entre los
escombros y sus almas, particularmente las de los pequeños, deambulan de vez en
cuando sin interactuar con el personal que labora en el complejo, solo corren y
se ríen.
La segunda, hace
referencia a un fantasma muy antiguo, de tiempos en que Paseo de la Reforma era
un paraje sin edificaciones y solo árboles cubrían sus enormes calles. En está
versión, la pequeña se encontraba jugando por la mañana en la cercanía de lo
que hoy es Reforma 350, en su camino se cruzó un hombre muy extraño que resultó
ser un asesino serial, aquel día el hombre atrajo a la pequeña con un par de
juguetes y cuando la tuvo en su poder la masacro de una forma tan inenarrable
que la infante quedo completamente desfigurada y su cuerpo abandonado en la
misma zona donde fue raptada.
La última, dice que esa
pequeña es en realidad una joven de nuestro propio tiempo, la cual quedó
atrapada en una dimensión paralela tras haber hecho el juego del elevador con
éxito, su voz, es un lamento inentendible, desesperado incluso, una suplica
exhaustiva por salir de un lugar del que poco o nada sabemos pero que algunos
nombramos vagamente como “El Limbo”.
Cualquiera que fuese la
historia en la que creas, no cabe duda que cada una tiene su toque macabro y
particularmente cada una incrementa sobre manera el temor de quienes laboran en
el edificio y creen en temas sobrenaturales.
Hace dos semanas, fin
de mes de hecho, tuve que trabajar horas extra, quedando yo solo en la oficina.
Mis compañeros se marcharon, cada uno a cumplir sus compromisos. Hay una
peculiaridad en la oficina que alimenta el nivel de tensión cuando se está solo,
las luces reaccionan con el movimiento, al estar yo solo, estás se apagaron,
únicamente tenía a mi disposición la luz de mi computadora.
Las 6:45, por el
período del año, afuera ya era oscuro, por lo que en cierto momento mientras
guardaba mis archivos y me alistaba para salir, los llantos de la niña se
oyeron a la distancia. Por el principio, creía que ese ruido era un producto
del estrés que tenía y que mi imaginación producía en la forma de un sonido
tétrico alimentado por las palabras de varios de mis compañeros.
La pantalla estaba
cerrando los programas y mientras el llanto se hacía más intenso, mi vista se
dirigía a ambos lados sin lograr captar nada. Mi respiración comenzó a
agitarse, mi frente a sudar. La computadora se había alentado, mal momento para
hacerlo, la luz blanca del monitor se disipaba y aunque mi objetivo era que la
computadora se apagará para poder irme, ahora era mi única protección contra
aquel ruido.
El corazón se me salía
del pecho pues, aunque el ruido no se oía amenazante, si incrementaba su
intensidad al punto de que llegué a sentir que lo que fuese que lo provocaba se
encontraba detrás de mí, situación que no constate hasta que la computadora
quedo en negros y vi en ella la imagen de la pequeña sonriendo y mirándome
fijamente., la impresión me hizo brincar de golpe y al girar hacia atrás
aquella imagen ya se había desvanecido.
Me levante tan pronto
como mis rodillas me lo permitieron, no divague en intentar buscar a la infante
entre los escritorios y tan pronto guarde mis cosas corrí hacia la recepción
para tomar el elevador, presione el botón que me llevaría a la planta baja y
por consiguiente a la salida del edificio, sin embargo, ese llanto parecía
seguirme. Lo escuchaba fuerte en mi cabeza como si la voz de esa pequeña
quisiera asegurarse de quedar registrada en mi memoria. El elevador no llegaba,
la espera era brutal. A mi alrededor las luces de toda la oficina se apagaron,
el piso entero quedo en total oscuridad, mi celular se había quedado sin señal.
Minutos pasaron, las
luces regresaron, el elevador finalmente llegó. Al abrirse las puertas, entre
despavorido hacia él y presione el botón de cerrar esperanzado de que aquel
suplicio finalmente terminará. El ascensor avanzó y bruscamente se detuvo en el
tercer piso, el llanto resonaba en el espacio, lo reconocí al instante, pronto
todo mi cuerpo se entumeció, mi respiración se agitó y un escalofrío recorrió
mi espalda como si una mano gélida la deslizase sobre ella. Las luces se
encendieron y de repente sentí que ya no estaba solo en el elevador, parada a
mi lado, se encontraba allí alguien que de inmediato deduje se trataba de la
pequeña. Mi mirada se enfoco en ella con un aura imprescindible, ella veía el
suelo, no se movía. Curioso, intenté hablarle, pero no recibí respuesta, mi
mano se acerco temblorosa a su cabeza, como buscando consolarla. No había
llegado hasta ella cuando sus fríos ojos se clavaron en mí, me sonrío y las
luces del elevador volvieron a apagarse.
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